Mucho antes que realizara la licenciatura ya tenía claro lo que se puede y lo que no se puede hacer cuando trabajamos en un copy de un anuncio o imágenes corporativas. Lo reafirmé durante la licenciatura y lo confirmé viendo los anuncios de las empresas grandes, donde debemos suponer que trabajan los mejores profesionales y más certificados.
Parece ser que con todo esto de la crisis, la improvisación impera en las acciones de marketing de ciertas empresas y la presión de los accionistas hace que los responsables de la imagen corporativa de la empresa o los responsables de marketing se salten todas las «normas» éticas o estilísticas que por suerte dentro de las grandes corporaciones se ha mantenido.
Lamentablemente me he encontrado empresas que vuelven a usar frases vacías de contenido como «El primer….» o «El mejor…»; o usando certificaciones que no pueden usar para intentar engañar al usuario y al menos tenerlo atado y después ya veremos como nos salimos.
Es como cuando un candidato hincha su currículum para conseguir la entrevista y después sale a la luz todas sus debilidades. Mentir no sale a cuenta, la honestidad a lo mejor no lleva resultados a corto plazo pero a largo plazo quien se mantiene siempre es el honesto.
Esto nos lleva al marketing de sensaciones, por fin humanizamos las acciones acercándose más a la parte emocional que a la racional. Todos pensamos que es la razón quien toma la decisión pero si analizamos nuestras compras al final, el motivo de una compra ha sido por un buen trato del comercial, porque la web era bonita, porque la música de ese anuncio te gustaba, no porque te dijeron que ellos mismos eran los mejores. Quien califica a una empresa o producto, cada vez más con las redes sociales, es el consumidor «no pagado», el fan verdadero. Por eso mentir al final trae consecuencias, compartamos nuestros éxitos, no nuestros galones.